jueves, 14 de enero de 2010

Nuestras fronteras calientes

Historia de fronteras

Nuestras fronteras calientes

Por: Alberto Müller Rojas*

Fecha de publicación: 13/01/10



Con el inicio del año 2010 empezaré la publicación de un artículo semanal que se editará semanalmente en la página digital de aporrea.org, y que espero se reproduzca en diarios como Panorama de Maracaibo y El Guayanés de Puerto Ordaz. Su contenido no esta asociado a la historia oficial validada por documentos. El esta referido a esa historia viva donde la imagen juega el papel fundamental. En ese particular debo confesar que hoy mis vivencias sobre la situación de nuestras fronteras no han sido renovadas. Mis ocupaciones políticas han impedido el mantenimiento de una actividad que ocupó buena parte de mi agenda personal. Es ella la razón por la cual les agradezco a mis lectores en esos espacios fronterizos para que suministren opiniones e informaciones referentes a hechos relevantes que ocurren en ellos, donde acaecen las transacciones que relacionan entre sí los estados limítrofes. Pueden hacerlo por mi correo electrónico AMüllerrojas@gmail.com


El término frontera caliente, que utilizo como título de esta columna, no tiene una connotación técnica universalmente aceptada por la ciencia actual. Le asigno un significado que denota la presencia, o la amenaza, de violencia política en esos espacios. En ese sentido he considerado que nuestras fronteras han vivido esa situación desde la era llamadaprecolombina. Tenemos que considerar que en ese período el territorio que hoy ocupa nuestro país fue la frontera del Imperio Chibcha, el cual ocupaba lo que hoy corresponde al protectorado estadounidense de Colombia, más la zona correspondiente a nuestra región andina. Y que como tal, él representaba un área para su expansión. Una acción frente a la cual se oponían las comunidades indígenas indómitas pertenecientes a las etnias caribe yarawac rivales entre sí, y en donde se adelantaba la integración de un nuevo Imperio bajo la égida de los primeros. Se suele afirmar que las nuevas civilizaciones nacen en las fronteras de las viejas, siendo ellas producto de la necesidad de unidad para enfrentar la violencia imperial.

Igual pasó durante el período colonial. Considerado esta región por la corona española como marginal, por no ofrecer las posibilidades de expoliación de los minerales preciosos, nuestro espacio ni siquiera fue considerado como una frontera del Imperio. De allí que, junto con la mayoría de las islas que componen el archipiélago de Las Antillas, él fuese teatro de guerra para expresar las ambiciones de los imperios británico, holandés, francés y portugués, rivales del castellano, tutorado por el papado. El depositario del poder real dentro de una cultura hierocrática (“un sistema –como lo identifica Max Weber- intelectual religioso-racional, que establece una “ética” religiosa específica, sistematizada, a base de una “doctrina” coordinada, fija, que pasa como revelación divina”). Fue un cuadro generador de mecanismos para la autodefensa (milicias populares no institucionalizadas), facilitador del ascenso humano mediante el establecimiento de una conciencia colectiva de sí y para sí. Sería tardíamente, con la casa de los Borbones en la conducción del Imperio, cuando esas milicias se institucionalizaron, sirviendo posteriormente de base para lo que fue elEjército Libertador. El desarrollo endógeno, propiciado por esta situación, proporcionó a este pueblo una plusvalía superior a la obtenida por la renta minera, dándonos así la posibilidad de jugar el papel de avanzada, en ese intento fallido de consolidar una nueva civilización.


AMüllerrojas@gmail.com



http://www.aporrea.org/actualidad/a93223.html


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